viernes, 19 de agosto de 2011

Laberintos



"Ni una arena soñada puede matarme, ni hay sueños que estén dentro de sueños"
La Escritura de Dios, El Aleph
Jorge Luis Borges

sábado, 6 de agosto de 2011

Las Palabras IV


IV

Esta noche hay tantas palabras que quieren fluir, quieren decir yo, ella, vida, quieren decirlo todo al mismo tiempo pero no nacen, se ahogan en mi mente.
Fue por eso que empecé a escribir, para ayudarlas a salir; ahora sobrevivo en ellas, naufrago en ellas. No puedo alcanzar ese efecto mágico que antes desprendían pero me basta con que existan: las palabras me protegen momentáneamente del fin.
Y acá está otra vez, algo oscuro penetra en esta habitación; no puedo verlo ni oírlo, pero siento su presencia alrededor mío, acechando como si jugara a tocarme sin hacerlo, divirtiéndose al sentir mi sangre correr aceleradamente por las venas, esperando con paciencia el momento de atacar.
La presencia llega como una enfermedad que le quita fuerza a mi cuerpo, se apodera de la materia, la invade y se queda viva en mí, apagándome, acomodándose en algún lugar adentro.
Escribía para ignorarla, para enfrentarla, para distraerme de ella, todo al mismo tiempo. Escribía porque no quería quedarme solo de nuevo frente a ella. Aún podría huir, pero ya conozco su juego; yo la olvidaría durante pequeños fragmentos de tiempo y una noche en la calle o en mi cama, cuando me crea libre, la sentiré acercándose y empezaremos a luchar de nuevo. Ya nada de eso tiene sentido, no quiero correr ni ocultarme, prefiero quedarme quieto y no precipitar el acontecimiento que me espera.
Se que mi tiempo se agota. Las ráfagas de aire me recorren y susurran “no tengas miedo”, Pero yo no tengo miedo.
La presencia que lo inunda todo me espera, está aquí al lado mío, está allá en la oscuridad, se mezcla en el aire, me lo quita, me asfixia. No tiene forma pero vive, no se muestra. Está Detrás de mí. Si la ignoro, ¿será posible que desaparezca?
No quiero ver nada, no quiero sentirla más. ¡La presencia me tiene! Yo solo tengo mis palabras.

domingo, 12 de junio de 2011

Meditaciones en Wall Street




Hay algo frío e impersonal en esta calle que me produce atracción. Las doradas, brillantes letras del New York Stock Exchange en el edificio que la alberga contrastan con el gris del cielo, que parece eterno en esa calle. He estado en ella cada una de las estaciones del año y la casualidad de las cosas ha hecho que se me presente siempre bajo el mismo escenario, como si fuera el único sector de New York que nunca cambia. Siempre un gris distante que lo cubre todo, siempre un viento frío alrededor, siempre una lluvia leve, y siempre esas resplandecientes letras que dicen dónde estás sin invitarte a entrar en ellas.


En esta ocasión, a los destellos de ese nombre se unen los destellos de las cámaras fotográficas de una decena de periodistas al final de la calle, a la caza del más nuevo y controvertido vecino del lugar. Dominique Strauss Kahn no se atrevería a asomarse a la ventana mientras el circo que hay afuera no desaparezca; miro su edificio, pienso en él, enseguida pienso que no existe lugar más apropiado para aquél hombre que Wall Street para estar detenido; mi mente va más lejos aún y trata de remontarse a un Sábado en la tarde en una habitación de Manhattan en la que su vida pública cambió.

Algo fascinante acerca de los acontecimientos privados es que nunca se llega a saber con claridad cómo ocurrieron, cuál es la verdad encerrada en ellos; solo unas pocas personas, las que participaron en ellos, saben en realidad el curso de los acontecimientos, pero sus declaraciones, sus recuerdos, sus impresiones, sirven siempre para confundir aún más la historia y afianzar el misterio que muy pocas veces la abandona.


Independientemente de cuál es la realidad de la historia, no puedo evitar pensar en Dominique Stauss Kahn con una especie de angustia vital; cuándo está solo, en la oscuridad y en silencio, ¿pensará como aquél personaje de Sartre? "si no lo hubiese hecho, si pudiera no haberlo hecho, si pudiera no ser cierto"...¿Sentirá que los muros de la ciudad se elevan a su alrededor para cercarlo y amenazan caer sobre él?...Pensará que todo hubiese sido diferente si hubiese ido a otro Hotel, si no hubiese ido a New York, si no hubiese salido a la 1 P.M sino a las 11 A.M. Un millón de detalles para escoger, para cambiar, y la vida sería diferente. Pero no. Es esta su realidad: una prisión en Wall Street. Las especulaciones no tienen efecto más que en la imaginación, lo hecho, hecho está.

lunes, 6 de junio de 2011

On dreams and Death



"To die, to sleep; To sleep: perchance to dream"
Hamlet, William Shakespeare

Confesiones IV: El tiempo y Yo








Borges escribió que el pasado era la sustancia de la que el tiempo esta hecho; más apropiado sería decir que el tiempo es la sustancia de la que están hechas las cosas.

El tiempo no existe, repiten, el tiempo está en la mente, el tiempo es una percepción psicológica de la realidad. Mentiras que llegan al cerebro sin convicción, palabras que quieren ser creídas.

El tiempo si existe; es como la arena..se escurre ágil e imperceptible entre mis manos; es una ilusión tan bella que incluso lo disfruto mientras lo veo escapar. El tiempo es lineal, pero no tiene futuro. Como Borges ya lo dijo, solo existe el pasado; ni siquiera un presente que cesa instantáneamente hace parte de él.

El tiempo si existe; el tiempo se escapa; el tiempo era yo hace diez años cuando creía que no tenía tiempo. Si pudiese ser menos inflexible quizá podríamos reconciliarnos. Pero parece una batalla a muerte en la que yo pierdo: si pudiera pedir un deseo en el último momento, cuando ya todo esté acabado, pediría ser dueño del tiempo...Y entonces todo volvería a empezar; la vida nacerá de nuevo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Las Horas




Doce y media. Cómo pasan las horas.
Doce y media. Cómo pasan los años.

Constantino Kavafis

miércoles, 13 de enero de 2010

UNIVERSO DALÍ

"Every morning upon awakening, I experience a supreme pleasure: that of being Salvador Dalí."



Se dice con frecuencia de los grandes artistas fallecidos que si estuvieran vivos se morirían de nuevo al ver lo que han hecho con sus obras. Con Dalí no parece posible utilizar esa ironía; Si Dalí estuviera vivo, aplaudiría emocionado lo que la Fundación que lleva su nombre ha hecho en su museo, y si muriera sería de la risa al ver los souvenirs que ruedan por el mundo portando sus imágenes y las filas de turistas con cámara en mano que dicen seriamente “Es mi pintor favorito”; porque a diferencia de lo que ocurriría con un Van Gogh, el circo humano y mediático alrededor de la obra de Dalí no contrasta en nada con la extravagante y poderosa personalidad del pintor; aquél ser extraño (¿lo somos todos?) y con el ego de un autista, por naturaleza necesitaba de atención, como si cada célula de su piel la exigiera. Ello lo hacía aún más genial para la leyenda, aunque muy fácil de odiar para sus contemporáneos. “Uno debe tener en mente al mismo tiempo – escribió el periodista Inglés George Orwell en 1944- que Dalí es un buen dibujante y un desagradable ser humano”

Figueres es un pequeño pueblo catalán cuyo principal recurso natural es haber sido la cuna, casa y sepulcro de Salvador Dalí; la principal joya de la población, el Museo Dalí, o como él quizá habría exigido que lo llamaran, el Museo Gala-Dalí, justifica trasladarse allí desde Barcelona y por ello es razón de peregrinación de miles de turistas cada año.

La visita no defrauda: dentro del museo se siente todo el peso de la personalidad de aquél hombre. Hay en el mundo exposiciones de arte bastante etéreas, sugieren temas, insinúan algo, pero en el caso de éste pintor nadie esperaría moderación, y, en efecto, no la hay. Desde los dibujos básicos en carboncillo de delgadas líneas que adornan los pasillos, hasta los delirantes cuadros por los cuales es popular, en cada obra está latente el sentido de irrealidad y locura que inspira el surrealismo.


Caminar por los pasillos de ese sitio es, entonces, caminar un poco dentro de la cabeza de Dalí; soy yo el que la recorre en esta ocasión; de todo lo que veo nada me conmueve más que la imagen repetida de su esposa, obedecida y quizá temida, amada con el amor descomunal de un artista propenso a todos los excesos, divinizada de tal forma que siento que su nombre no debería ser pronunciado, pero hay que hacerlo. Gala fue objeto de una idolatría insondable por parte de Dalí; los siquiatras analizan su relación con base en las teorías freudianas y la clasifican como una de esas historias curiosas en las que es posible indagar en el orígen de las conductas humanas y hallarlo todo, deseos incestuosos, neurosis, esquizofrenia, teoría del YO del SUPER YO y mil cosas más.
Sin embargo, el ver el esfuerzo sin límite de aquél pintor por reproducir en su arte la presencia de Gala, hacerla su musa para involucrarla de una vez por todas dentro de su vida, que era lo mismo que su obra, hace que me pare frente a una pintura de ella y me pregunte cuántas mujeres entonces y ahora quisieran y quisieron ser las musas de algún amor esquivo; que sus rostros se grabaran para siempre en la mente de un hombre y que todo lo que él viera fuese la proyección de éste, como Dalí viendo la silueta de Gala, de espaldas y desnuda, en el rostro de Abraham Lincoln, Gala en la fotografía que corona una figura de bronce, Gala hecha con los círculos que reflejan el orden del Universo y Gala en decenas de pinturas cuyos títulos hablan solos: “Gala desnuda mirando al mar”, “Galatea de las esferas”, “Galarina”, “Dalí de espaldas pintando a Gala…”, “Dalí levantando la piel del mar mediterráneo para enseñar a Gala el nacimiento de Venus”. Al final, Dalí le dio a Gala lo que muchos en el umbral del inconsciente anhelan de quien aman: total y absoluta devoción.

El amor y la devoción, sin embargo, no son temas muy interesantes de analizar cuando se está en un museo tan concurrido. Hay que moverse. Entro a una habitación llena de gente; veo el famoso sofá con forma de labios, y sobre él, desapercibida y pegada al techo, una tina de baño; detrás del sofá la chimenea en forma de nariz y a los lados de ésta dos cuadros con ojos dibujados en ellos; es la instalación que forma en su conjunto el rostro de Mae West. Sin duda es la estrella permanente de la exposición, por esos colores que invitan a jugar con ella, porque al público que la visita se debe sentir como en un salón de un parque de diversiones, lo suficientemente ordinaria para entretener al circo de profanos que vamos a verla, y sin embargo llena de simbología para los expertos en arte. Después de verla, después de haber visto todos los cuadros de Gala, tengo la sensación de que ya no hay más nada que ver en el museo.
Pero antes de partir, en el salón de al lado, Una pintura del Rey Juan Carlos llamada “Cabeza de Europa” me causa curiosidad. Si yo fuera Rey, me daría miedo aparecer en un cuadro de Dalí, porque toda su obra es sinónimo de transgresión, de irracionalidad en el plano consciente, y dado que un Monarca representa todos los valores conservadores sobre las cuales fue hecha la sociedad, es imposible dejar de pensar que su inclusión en una obra semejante es para burlarse de él. Pero no es así.

Dalí no era Van Gogh, en efecto, tampoco era Picasso. Olvidaba que no había venido al mundo en medio de una familia con dificultades económicas y tenía un origen más bien aristocrático al que le era fiel; adulador sin disimulo del régimen de Franco (llegó a retratar a la nieta del Dictador) era también leal a la causa de la Monarquía. Por lo general el arte es una declaración de guerra contra todos las convenciones sociales, pero no en éste aspecto, no para Dalí, ni para el Rey que se había declarado un rendido admirador del pintor, a quien visitó en el hospital mientras agonizaba y concedió el título de Marqués de Pujol. Es quizá este dato burgués, mundano y político el único que altera un poco mi imagen de Dalí; pero al final del día, a un artista se le juzga por su obra, así que he preferido ignorar todo lo que se refiera al hombre político.

Salgo del museo. Frente a mí está la Iglesia de Sant Pere; aquí fue su bautizo, su primera comunión y su funeral. Dalí caminó aquí, solo que en lugar de éste camino de piedras sobre el que ahora transito, él debió ver un sendero infinito de cubos de arena que se escapan de la tierra hacia el aire para formar el rostro de Gala. No lo sé. Sé con certeza que lo que vió fue más intenso, más emocionante que lo que yo miro.

Me voy. Tomo el tren de regreso; como ocurre siempre que viajo por tierra, no puedo evitar aburrirme en el trayecto. Miro absorto el paisaje y entonces se me ocurre de repente que aquél momento pudo haber sido como un sueño en la mente de Dalí, como una alegoría de la vida; soy yo, sentado en sentido contrario al de la marcha del tren, mirando lo que pasa alejarse, pensando en ello sin dejar de avanzar, de espaldas, sin que mi voluntad participe, dejándome llevar.