sábado, 6 de agosto de 2011

Las Palabras IV


IV

Esta noche hay tantas palabras que quieren fluir, quieren decir yo, ella, vida, quieren decirlo todo al mismo tiempo pero no nacen, se ahogan en mi mente.
Fue por eso que empecé a escribir, para ayudarlas a salir; ahora sobrevivo en ellas, naufrago en ellas. No puedo alcanzar ese efecto mágico que antes desprendían pero me basta con que existan: las palabras me protegen momentáneamente del fin.
Y acá está otra vez, algo oscuro penetra en esta habitación; no puedo verlo ni oírlo, pero siento su presencia alrededor mío, acechando como si jugara a tocarme sin hacerlo, divirtiéndose al sentir mi sangre correr aceleradamente por las venas, esperando con paciencia el momento de atacar.
La presencia llega como una enfermedad que le quita fuerza a mi cuerpo, se apodera de la materia, la invade y se queda viva en mí, apagándome, acomodándose en algún lugar adentro.
Escribía para ignorarla, para enfrentarla, para distraerme de ella, todo al mismo tiempo. Escribía porque no quería quedarme solo de nuevo frente a ella. Aún podría huir, pero ya conozco su juego; yo la olvidaría durante pequeños fragmentos de tiempo y una noche en la calle o en mi cama, cuando me crea libre, la sentiré acercándose y empezaremos a luchar de nuevo. Ya nada de eso tiene sentido, no quiero correr ni ocultarme, prefiero quedarme quieto y no precipitar el acontecimiento que me espera.
Se que mi tiempo se agota. Las ráfagas de aire me recorren y susurran “no tengas miedo”, Pero yo no tengo miedo.
La presencia que lo inunda todo me espera, está aquí al lado mío, está allá en la oscuridad, se mezcla en el aire, me lo quita, me asfixia. No tiene forma pero vive, no se muestra. Está Detrás de mí. Si la ignoro, ¿será posible que desaparezca?
No quiero ver nada, no quiero sentirla más. ¡La presencia me tiene! Yo solo tengo mis palabras.

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