Zurich, Suiza, Octubre de 2005.
Para empezar, en mi arbitraria percepción del mundo lo primero que se me ocurrrió es que Zurich no es Suiza. Zurich no tiene nada que ver con Suiza. Zurich es Londres. Mucho más elegante, más pequeña y más
limpia, pero mantiene la esencia.
La vida nocturna es increíble si se le
compara con el resto del país. En la tarde ya había cantidades de personas en
las calles pero de noche toda la gente joven que no había visto en otras
ciudades salió a la calle y lo invadió todo;
Orientales, gente de raza negra, europeos del sur del continente, latinos, grupitos
de adolescentes buscando problemas en la noche, todos recorriendo la ciudad de
manera desordenada, de un punto a otro, llevando en sus mentes mil planes
diversos para acabar el día y mil rutas diferentes para tomar, para invadir un
poco la ciudad; todo eso le da cierto toque cosmopolita al ambiente pese a que
la población local posee casi por completo el comportamiento de los alemanes. Quizá eso explica también el hecho de que
Zurich me hubiese parecido una ciudad distante, extremadamente fría.
Pero no solo fue una prometedora noche
de Sábado la que definió a la ciudad en mi cabeza; Zurich también fue el cielo
oscuro y la neblina intensa del domingo en la mañana en que me fui, las calles
desiertas y el frío clima, no molesto, pero si incomodo porque lo sentí como
una barrera de la ciudad hacia mí. Quizá
todo sea producto de mi curiosa percepción de lo alemán, la cual se hizo
latente cuando llegué a Gstaad.