martes, 11 de septiembre de 2007

Derecho para Dummies: Hipocresía, Justicia y sociedad


En Bagdad, un niño de 14 años ha perdido sus dos brazos luego de la explosión de una de esas bombas que se han convertido en noticia diaria y monótona acerca de Irak. En Washington, George Bush defiende por enésima vez su invasión a Irak y asegura, con una convicción que a veces parece cínica, que aquél país se haya ahora en el camino hacia la libertad y el desarrollo.
En Alemania el Papa Ratzinger dirige veladas críticas contra lo que él considera el carácter bélico del islamismo, ignorando desvergonzadamente las cruzadas cristianas de la edad media hechas para matar hijos de Dios y aquél horrible espejo de la intolerancia y la soberbia religiosa que fue la santa inquisición, cuyos sangrientos rastros aún manchan la historia de occidente.

En la Habana se hacen feroces críticas al capitalismo y sus guerras de invasión; nadie habla de las miles de ejecuciones que se ordenaron durante los primeros años de la revolución ni el apoyo irrestricto a la vieja política expansiva soviética. De cualquier forma nadie podría hablar de ello: en Cuba, en Washington, en Pekín o en Moscú el disenso está prohibido aunque sus gobiernos enfrentan fuerzas diferentes y sus métodos de censura, por ello, difieren. Se sataniza a Al Jazeera o CNN, al régimen antidemocrático de Irán o a la arrogancia estadounidense y el proceso parece desarrollarse bajo un sino irónico: el enemigo de mañana será algún viejo amigo.

Pero no es necesario citar solo ejemplos políticos de este comportamiento desconcertante; los casos personales son los más abundantes. Está el Sacerdote que acaba de oficiar misa y abusa de un menor de edad en algún rincón del mundo y el Cardenal que ignorará el hecho para no afectar la imagen institucional de la Iglesia; está el político que se robó el presupuesto de algún hospital y se consuela pensando que no es el único que lo hace, que aunque dejara de hacerlo alguien ocuparía su lugar; está el que censura todas las conductas impropias del mundo exterior pero se sabe, en secreto, culpable de al menos una de ellas y goza con la imposibilidad de los demás para demostrársela. Truman Capote resumió todo esto en Plegarias Atendidas cuándo uno de sus personajes se pregunta el juez británico bajo su exquisita peluca, ¿en qué piensa cuando envía a un hombre a la horca? ¿En la justicia, en la eternidad y en cosas serias? ¿O acaso se pregunta cómo se las podrá arreglar para que lo elijan miembro del Jockey Club?

A semejantes incongruencias se les llama socialmente hipocresía y su origen se haya en la existencia de una idea de justicia bastante afianzada: la falacia de que las cosas deben funcionar de determinada forma en su orden natural.

Sin embargo, uno ve todas esas escenas y no puede evitar preguntarse dónde está la justicia; uno nota que los hombres pueden ir de un error a otro sin inquietarse por ello y cada uno encuentra justificaciones para todo su obrar. La desigualdad se proyecta impunemente en la vida personal, en la política de los países, en el reino animal, en todo el sistema internacional. El desequilibrio rige. Para corregirlo, los hombres inventaron el Derecho.

Cabe preguntarse ahora de qué tamaño fue la ingenuidad humana al imaginar que era posible acceder a un concepto absoluto de equilibrio. Es un tradicional error del derecho creer que su funcionamiento está sujeto a una regla eterna que existe y que debe ser descubierta: la justicia. El derecho cree que la ley es un reflejo de lo justo y que lo justo es el reflejo del orden universal. Pero el mismo derecho varía de acuerdo a la sociedad en la que existe, moviéndose cada segundo, imperceptiblemente, hacia nuevos conceptos de justicia. ¿Se puede creer en algo absoluto que cambia a cada instante?

Por eso ya no creo que el mundo se desarrolle bajo la idea de igualdad sino la de oportunidad; tal como lo dijo ese gran estadista que fue el Cardenal Richelieu, en cuestiones de Estado, quien tiene la fuerza a menudo tiene el derecho. Yo sólo me atrevería a agregar que en nuestro planeta de ángeles expulsados del paraíso, ya sea hablando de política o de vidas privadas, derecho, fuerza y justicia son conceptos idénticos.

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