martes, 23 de octubre de 2007


Octubre 2 de 2007

Decid, ¿no volverá alguna vez?
¿No lo veré nunca más?
No, no. Ha muerto.
Vuelve a tu lecho y piensa,
Que ya nunca volverá.

Hamlet
William Shakespeare

viernes, 12 de octubre de 2007


El Dolor de otro es soportable
Proverbio Ruandés

lunes, 1 de octubre de 2007

EL DERECHO A SER FRÍVOLO ( PARTE I )


Una breve historia de la frivolidad


Buscando algún tema sobre el cual escribir descubrí que mi mente estaba en blanco. No tenía ánimos para hablar de literatura y me he prometido no escribir sobre política, aunque a veces como es evidente, no he podido limitarme. Además me inquietaba no tener nada importante en qué pensar y de esta inquietud surgió una pregunta aún más alarmante en el mundo actual: ¿qué tiene de malo no pensar?

Me pareció que la influencia religiosa en la civilización occidental introdujo, hace varios milenios, valores como el sacrificio, el castigo y la culpa, entre muchos otros. Luego me pregunté, Toda ésta ética cristiana copiada del judaísmo antiguo que adoptó los preceptos morales más severos de esa religión, ¿porqué no adoptó el hedonismo griego y romano?

De las tierras helénicas el cristianismo sólo adoptó los conceptos filosóficos que contribuyeron a darle forma y orden a la naciente religión, pero ignoró flagrantemente las costumbres y el modo de vida que, además, ya habían seducido a los conquistadores romanos.

De Platón utilizó la idea del “demiurgo” o el mundo de las ideas; de Aristóteles tomó el concepto del “motor inmóvil”, sobre el cual trabajó Santo Tomás incansablemente hasta convertirlo en otros conceptos tan incomprensibles para mí como los de los griegos clásicos.

De Diógenes el Cínico, aquél flamante griego de quien la historia relata que se despojó de todos sus bienes materiales porque éstos sólo le traían preocupación, no tomó nada. Quizá porque en semejante acto de renuncia no había un compromiso espiritual profundo hacia algún Dios, y no aspiraba con ello a una vida de sacrificios para corregir su alma, sino porque, como diríamos hoy, se sentía encartado con sus negocios y no quería estresarse. Uno de esos filósofos que abundaban en Atenas le dijo una vez que la vida era un mal, a lo que Diógenes contestó, “No la vida: la mala vida”. Ante semejante personaje, medio loco y buena vida, la leyenda relata que se presentó Alejandro Magno y lo encontró tendido en el suelo mirando las nubes. El conquistador debió sentirse en presencia de un sabio y debió haberle dicho algo así como “Oh gran Diógenes tu fama te precede en cualquier lugar del mundo al que desees ir” y luego, como el genio de las mil y una noches, pronunció las palabras mágicas, pídeme lo que quieras y te lo concederé. La respuesta de Diógenes ha perdurado en los siglos, ha sido repetida hasta la saciedad en cátedras de filosofía de colegios y universidades y da una muestra de la personalidad de aquél sabio medio loco: Quiero, le contestó el Filosofó, que te apartes porque me estás tapando el sol.

¡Genial!. Diógenes el genio. De ser cierta la historia, Diógenes debería estar peleando por un puesto al lado de Aristóteles, Platón y Sócrates en la posteridad. De ser una fábula, da un indicio de la cultura de aquéllos griegos que no se complicaban demasiado con las cosas y que, gracias o pese a ello, lograron ser la luz de las civilizaciones que surgieron después; no existe tanta comicidad y sentido común en la historia de los egipcios, los asirios, los mayas, los vikingos ni en los más famosos pueblos de la antigüedad, en los cuales por lo general las narraciones son una mezcla de sangre, rito y conocimientos secretos sobre la forma en que funcionaba el universo.

También en Grecia, aquél griego llamado Sócrates, de quien el historiador Indro Montanelli sospechaba que se la pasaba recorriendo las calles de Atenas armando chismes y buscando algún banquete en el cual meterse, que era “muy amigo de empinar el codo” y cuya sumisa esposa tuvo que denunciarlo una vez por abandono, porque entre tanta fiesta nunca llegaba a la casa, no se resistió nunca a la tentación de ser frívolo y sacar de toda esa frivolidad la inspiración que dio origen a una cultura: la occidental.

You are living suicides...
Michel Houellebecq

lunes, 24 de septiembre de 2007

Perhaps one day, thinking exactly about this hour,
This lugubrious hour in which I wait, with my oppressed back, for the moment to get on the train,
Perhaps I will feel that my heart beats quicker and I will say to myself: it was that day, that hour when everything began.
And I will get to – in the past, only in the past- accept myself.
Jean Paul Sartre

jueves, 20 de septiembre de 2007

PARA...POLITICOS

En esta época de campaña electoral resulta agotador salir a la calle; caminar solo unas pocas cuadras es suficiente para que las manos quedan llenas de folletos informativos de gente que uno nunca ha visto, los oídos fastidiados por la misma propaganda política y la mente aburrida al comprobar que en materia de autopromoción a los políticos les hace falta imaginación.
Es curioso ver la cantidad de frases comunes en las cuales se atrincheran los autodenominados servidores del estado. Si uno compara los slogan de hace 10 o 15 años con los que se utilizan en la actualidad se hace evidente que lo unico diferente en el presente son los nombres de los candidatos.
Mi frase gastada favorita es " Vote por el cambio" y todas sus variantes: "el cambio es ahora" "porque esto tiene que cambiar" "atrévase a cambiar". La repetición de la palabra "Cambio" parece producir un mensaje subliminal en las mentes a las que llega y, en efecto, los dos millones de colombianos que emigraron entre 1998 y 2002 siguieron el consejo y cambiaron de país.
Lo interesante de muchos políticos es que pueden hablar horas sin decir nada. Su estilo parece tomado de esos ejercicios gramaticales que se distribuyen rápidamente por internet en el que enseñan a la gente a unir frases complicadas, aburridas y sin sentido alguno con el fin de parecer intelectual. En ese sentido cualquier hombre público que se respete ha utilizado aquélla frase de "estamos evaluando la situación para tomar las medidas pertinentes" cuando no tiene la menor idea de lo que está pasando ni qué va a hacer al respecto.
Si el político está seguro de no haber dejado huellas ( y usted entiende de qué hablo) entonces puede dar un paso al frente y exigir "Que presenten las pruebas de los delitos de los que me acusan" o, más común en la actualidad, "He pedido a la fiscalía general de la nación, a la procuraduría (a mi Mamá, al santo Padre, al FBI, a mi empleada de servicio) y a los organismos disciplinarios del caso que me investiguen" ante lo cual los desprevenidos ciudadanos solo se atreven a pensar que las huellas están más borradas de lo que hubieran podido imaginar.
Pero de todas las palabras que llegan a salir por la boca de un político las mas admirables son aquéllas que tarde o temprano tendrá que pronunciar cuando su carrera penda de un hilo y se debata si ha llegado a su fin. Entonces, cuando no haya sido suficiente con hablar de cambio y las investigaciones que pidió no sean claras, tendrá que aferrarse a su último recurso, ignorar las pruebas y a las malas lenguas y decir que "ahí está y ahí se queda" , porque " Todo esto es parte de una persecución política en mi contra".

martes, 11 de septiembre de 2007

Derecho para Dummies: Hipocresía, Justicia y sociedad


En Bagdad, un niño de 14 años ha perdido sus dos brazos luego de la explosión de una de esas bombas que se han convertido en noticia diaria y monótona acerca de Irak. En Washington, George Bush defiende por enésima vez su invasión a Irak y asegura, con una convicción que a veces parece cínica, que aquél país se haya ahora en el camino hacia la libertad y el desarrollo.
En Alemania el Papa Ratzinger dirige veladas críticas contra lo que él considera el carácter bélico del islamismo, ignorando desvergonzadamente las cruzadas cristianas de la edad media hechas para matar hijos de Dios y aquél horrible espejo de la intolerancia y la soberbia religiosa que fue la santa inquisición, cuyos sangrientos rastros aún manchan la historia de occidente.

En la Habana se hacen feroces críticas al capitalismo y sus guerras de invasión; nadie habla de las miles de ejecuciones que se ordenaron durante los primeros años de la revolución ni el apoyo irrestricto a la vieja política expansiva soviética. De cualquier forma nadie podría hablar de ello: en Cuba, en Washington, en Pekín o en Moscú el disenso está prohibido aunque sus gobiernos enfrentan fuerzas diferentes y sus métodos de censura, por ello, difieren. Se sataniza a Al Jazeera o CNN, al régimen antidemocrático de Irán o a la arrogancia estadounidense y el proceso parece desarrollarse bajo un sino irónico: el enemigo de mañana será algún viejo amigo.

Pero no es necesario citar solo ejemplos políticos de este comportamiento desconcertante; los casos personales son los más abundantes. Está el Sacerdote que acaba de oficiar misa y abusa de un menor de edad en algún rincón del mundo y el Cardenal que ignorará el hecho para no afectar la imagen institucional de la Iglesia; está el político que se robó el presupuesto de algún hospital y se consuela pensando que no es el único que lo hace, que aunque dejara de hacerlo alguien ocuparía su lugar; está el que censura todas las conductas impropias del mundo exterior pero se sabe, en secreto, culpable de al menos una de ellas y goza con la imposibilidad de los demás para demostrársela. Truman Capote resumió todo esto en Plegarias Atendidas cuándo uno de sus personajes se pregunta el juez británico bajo su exquisita peluca, ¿en qué piensa cuando envía a un hombre a la horca? ¿En la justicia, en la eternidad y en cosas serias? ¿O acaso se pregunta cómo se las podrá arreglar para que lo elijan miembro del Jockey Club?

A semejantes incongruencias se les llama socialmente hipocresía y su origen se haya en la existencia de una idea de justicia bastante afianzada: la falacia de que las cosas deben funcionar de determinada forma en su orden natural.

Sin embargo, uno ve todas esas escenas y no puede evitar preguntarse dónde está la justicia; uno nota que los hombres pueden ir de un error a otro sin inquietarse por ello y cada uno encuentra justificaciones para todo su obrar. La desigualdad se proyecta impunemente en la vida personal, en la política de los países, en el reino animal, en todo el sistema internacional. El desequilibrio rige. Para corregirlo, los hombres inventaron el Derecho.

Cabe preguntarse ahora de qué tamaño fue la ingenuidad humana al imaginar que era posible acceder a un concepto absoluto de equilibrio. Es un tradicional error del derecho creer que su funcionamiento está sujeto a una regla eterna que existe y que debe ser descubierta: la justicia. El derecho cree que la ley es un reflejo de lo justo y que lo justo es el reflejo del orden universal. Pero el mismo derecho varía de acuerdo a la sociedad en la que existe, moviéndose cada segundo, imperceptiblemente, hacia nuevos conceptos de justicia. ¿Se puede creer en algo absoluto que cambia a cada instante?

Por eso ya no creo que el mundo se desarrolle bajo la idea de igualdad sino la de oportunidad; tal como lo dijo ese gran estadista que fue el Cardenal Richelieu, en cuestiones de Estado, quien tiene la fuerza a menudo tiene el derecho. Yo sólo me atrevería a agregar que en nuestro planeta de ángeles expulsados del paraíso, ya sea hablando de política o de vidas privadas, derecho, fuerza y justicia son conceptos idénticos.