martes, 4 de septiembre de 2007

De la Fama y los pirómanos


La historia relata que en el siglo I antes de Cristo el griego Eróstrato incendió el templo de Artemisa en Efeso para asegurarse de que su nombre permaneciera en la memoria de los historiadores por los siglos de los siglos. La historia cuenta también que, al escuchar el motivo que lo llevó a destruir una de las siete maravillas de la antigüedad, los jueces de Efeso prohibieron bajo pena de muerte que el nombre de Eróstrato fuese registrado para la posteridad. Al parecer fracasaron.
En la época de aquél griego nacido en Jonia los ídolos de la humanidad eran los Dioses que gobernaban el mundo y su larga corte de subalternos; sus representaciones se confundían con ellos: los ídolos eran estatuas mudas, gigantes y frías que miraban indiferentes el mundo alrededor sin levantarse de sus sillones de mármol. Aquél pobre griego habría tenido que ser un Dios, como Poseidón, como Afrodita, para robar un poco de fama eterna; solo que él no tenía los dones necesarios para merecer ese honor.
Desconozco qué tratamiento recibió ese célebre pirómano de sus contemporáneos, pero su caso demuestra la existencia, desde aquélla época, de un conflicto interno latente entre el individuo asfixiado por su entorno social y su deseo de sobresalir en el rebaño: la conciencia de intrascendencia, en suma.
De haber nacido en el siglo XXI Eróstrato podría haber sido famoso sin necesidad de delinquir y quizá los hombres de hoy aún podríamos ver las ruinas del templo de Artemisa (y digo ruinas porque asumo que en tres mil años todo tipo de ejércitos lo habrían saqueado). Habría podido ser un Pop Star, un american Idol , habría hallado inspiración en un centenar de personajes que demuestran que ese afán por ser conocido en todo el orbe perdura; Paris Hilton, por ejemplo, tiene asegurado su lugar en las revistas de actualidad aunque llevo años tratando de averiguar qué es exactamente lo que hace. Y Victoria Beckham, conocida por hacer gesticulaciones faciales que recuerdan las de Dereck Zoolander, ¿algún día superará eso de ser una ex-Spice Girl?; de cualquier forma ¿alguien la vio alguna vez cantando en un video? Si es así pediré, como la gran Laura Bozzo ¡Que muestren el video!
Por fortuna para ellas y todos esos seres de oficio desconocido los investigadores del Jet set inventaron el término Socialité, forma elegante de designar al grupo de arribistas y buenos para nada sin tener que avergonzarlos al recurrir a expresiones tan vulgares. Gracias a esa palabra, cuando no se sabe a qué se dedica una mujer famosa, elegante y buena vida, los periodistas suelen resolver el problema clasificándola dentro de aquélla categoría indefinida. ¿Cómo clasifican a Antonio de la Rúa o a Kevin Federline?
Pero aquél no es el único grupo de los seguidores de Eróstrato. Están también los que se hacen célebres por ganar un reality, como Mónica, la olvidada ganadora del Big Brother colombiano o Chantelle, la invención británica del mismo programa quien, por fortuna, no grabó su primer sencillo nunca. Sin embargo, independientemente del país en el que estén, las características de su celebridad parecen seguir una regla universal: su fama sirve para entretención del público general y después de sus 15 minutos asignados empiezan a ser patéticos.
Los Modelos por su parte constituyen uno de los especimenes más interesantes de estudio; habría que analizar detenidamente la idea de cómo uno se vuelve famoso por caminar, ponerse un vestido y lucirlo ante mil personas, algo que la mayoría de los seres humanos hacemos diariamente. Cabría aún pensar que la mayoría no es famosa porque no se dedica a eso, pero ¿bajo qué leyes se desarrolla la ciencia de desfilar?, ¿podría alguien llegar a ser famoso por su manera de comer? Puedo imaginar el día en el que ese alguien lleve la cuchara a su boca derrochando estilo mientras un ejército de fotógrafos y una multitud delirante lo miren y aplaudan por la exquisita forma en la que la lasaña toca su lengua; recorrería las capitales del mundo y los cocineros de los mejores hoteles rogarían para que comiera sus más audaces inventos: arepa rellena con caviar, hamburguesa con papas fritas y Champagne bebida con pitillo; las posibilidades son infinitas.
Están también los primos hermanos de los modelos: los actores. En su caso se parte de la premisa de que la fama es directamente proporcional a su aspecto físico y éste se encuentra en relación inversa a su talento; son famosos por ser bellos. Los aprendices de actuación deben, sin embargo, tener en cuenta que el firmamento de las grandes estrellas está poblado por personajes que, los dioses sabrán cómo, no tienen ni belleza excepcional ni talento sobrecogedor; Keanu Reeves con la cara levemente marcada por cicatrices de acné y Sandra Bullock, cuarentona con una máscara de varios centímetros de maquillaje para disimular su rostro aburrido y fastidiado, son ejemplos vivientes de ello. ¿Y entonces qué? ¿Cuál es el secreto?
Bonito mundo el del siglo XXI; los Ídolos son los mismos que los del siglo I A.C: ni hablan, ni piensan, ni tienen nada que hacer. Es lo que llaman evolución. ¡Y el pobre Eróstrato tuvo que quemar un templo! Al menos yo pienso en él más que en Paris o Victoria.

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