Suiza, Octubre de 2005
Montreux
El lago leman se asemeja al océano visto desde el tren que lleva a los Alpes y desde la orilla de las ciudades que lo bordean. Es por eso que Montreux tiene ese ambiente mediterráneo que hace que uno se sienta frente a la playa, olvidando inconcientemente que se esta frente a una enorme masa de agua rodeada por también enormes montañas que algunas veces no se pueden ver tras la niebla.
Pero esa característica del lago no sería suficiente para darle ese toque especial a Montreux. Existe algo más, algo que posiblemente está en el estilo francés de los edificios y las casas, la diversidad de colores de sus muros, rosa, verde, amarillo, alternando todos con los colores de las flores colocadas a lo largo del paseo que recorre la orilla del lago de extremo a extremo como si fuese un malecón de cualquier ciudad costera.
Están, por supuesto, los grandes hoteles alrededor del lago, demasiado grandes si se considera el tamaño de la ciudad, lo cual me hace pensar que en algún momento del año registran ocupación total, aunque tengo mis dudas.
En Octubre, un paseo nocturno por el lago permite descubrir solo edificios, hoteles y casas de lujo con las luces apagadas, como si se tratara de templos abandonados temporalmente por sus dueños para escapar a otros destinos.
El casino, los botes anclados en la orilla del lago – no por docenas como en Ginebra – mujeres ya mayores de 60 años paseando a sus perros a todas horas del día… algo me dice que Montecarlo debe ser así.
Montreux
El lago leman se asemeja al océano visto desde el tren que lleva a los Alpes y desde la orilla de las ciudades que lo bordean. Es por eso que Montreux tiene ese ambiente mediterráneo que hace que uno se sienta frente a la playa, olvidando inconcientemente que se esta frente a una enorme masa de agua rodeada por también enormes montañas que algunas veces no se pueden ver tras la niebla.
Pero esa característica del lago no sería suficiente para darle ese toque especial a Montreux. Existe algo más, algo que posiblemente está en el estilo francés de los edificios y las casas, la diversidad de colores de sus muros, rosa, verde, amarillo, alternando todos con los colores de las flores colocadas a lo largo del paseo que recorre la orilla del lago de extremo a extremo como si fuese un malecón de cualquier ciudad costera.
Están, por supuesto, los grandes hoteles alrededor del lago, demasiado grandes si se considera el tamaño de la ciudad, lo cual me hace pensar que en algún momento del año registran ocupación total, aunque tengo mis dudas.
En Octubre, un paseo nocturno por el lago permite descubrir solo edificios, hoteles y casas de lujo con las luces apagadas, como si se tratara de templos abandonados temporalmente por sus dueños para escapar a otros destinos.
El casino, los botes anclados en la orilla del lago – no por docenas como en Ginebra – mujeres ya mayores de 60 años paseando a sus perros a todas horas del día… algo me dice que Montecarlo debe ser así.