lunes, 24 de septiembre de 2007

Perhaps one day, thinking exactly about this hour,
This lugubrious hour in which I wait, with my oppressed back, for the moment to get on the train,
Perhaps I will feel that my heart beats quicker and I will say to myself: it was that day, that hour when everything began.
And I will get to – in the past, only in the past- accept myself.
Jean Paul Sartre

jueves, 20 de septiembre de 2007

PARA...POLITICOS

En esta época de campaña electoral resulta agotador salir a la calle; caminar solo unas pocas cuadras es suficiente para que las manos quedan llenas de folletos informativos de gente que uno nunca ha visto, los oídos fastidiados por la misma propaganda política y la mente aburrida al comprobar que en materia de autopromoción a los políticos les hace falta imaginación.
Es curioso ver la cantidad de frases comunes en las cuales se atrincheran los autodenominados servidores del estado. Si uno compara los slogan de hace 10 o 15 años con los que se utilizan en la actualidad se hace evidente que lo unico diferente en el presente son los nombres de los candidatos.
Mi frase gastada favorita es " Vote por el cambio" y todas sus variantes: "el cambio es ahora" "porque esto tiene que cambiar" "atrévase a cambiar". La repetición de la palabra "Cambio" parece producir un mensaje subliminal en las mentes a las que llega y, en efecto, los dos millones de colombianos que emigraron entre 1998 y 2002 siguieron el consejo y cambiaron de país.
Lo interesante de muchos políticos es que pueden hablar horas sin decir nada. Su estilo parece tomado de esos ejercicios gramaticales que se distribuyen rápidamente por internet en el que enseñan a la gente a unir frases complicadas, aburridas y sin sentido alguno con el fin de parecer intelectual. En ese sentido cualquier hombre público que se respete ha utilizado aquélla frase de "estamos evaluando la situación para tomar las medidas pertinentes" cuando no tiene la menor idea de lo que está pasando ni qué va a hacer al respecto.
Si el político está seguro de no haber dejado huellas ( y usted entiende de qué hablo) entonces puede dar un paso al frente y exigir "Que presenten las pruebas de los delitos de los que me acusan" o, más común en la actualidad, "He pedido a la fiscalía general de la nación, a la procuraduría (a mi Mamá, al santo Padre, al FBI, a mi empleada de servicio) y a los organismos disciplinarios del caso que me investiguen" ante lo cual los desprevenidos ciudadanos solo se atreven a pensar que las huellas están más borradas de lo que hubieran podido imaginar.
Pero de todas las palabras que llegan a salir por la boca de un político las mas admirables son aquéllas que tarde o temprano tendrá que pronunciar cuando su carrera penda de un hilo y se debata si ha llegado a su fin. Entonces, cuando no haya sido suficiente con hablar de cambio y las investigaciones que pidió no sean claras, tendrá que aferrarse a su último recurso, ignorar las pruebas y a las malas lenguas y decir que "ahí está y ahí se queda" , porque " Todo esto es parte de una persecución política en mi contra".

martes, 11 de septiembre de 2007

Derecho para Dummies: Hipocresía, Justicia y sociedad


En Bagdad, un niño de 14 años ha perdido sus dos brazos luego de la explosión de una de esas bombas que se han convertido en noticia diaria y monótona acerca de Irak. En Washington, George Bush defiende por enésima vez su invasión a Irak y asegura, con una convicción que a veces parece cínica, que aquél país se haya ahora en el camino hacia la libertad y el desarrollo.
En Alemania el Papa Ratzinger dirige veladas críticas contra lo que él considera el carácter bélico del islamismo, ignorando desvergonzadamente las cruzadas cristianas de la edad media hechas para matar hijos de Dios y aquél horrible espejo de la intolerancia y la soberbia religiosa que fue la santa inquisición, cuyos sangrientos rastros aún manchan la historia de occidente.

En la Habana se hacen feroces críticas al capitalismo y sus guerras de invasión; nadie habla de las miles de ejecuciones que se ordenaron durante los primeros años de la revolución ni el apoyo irrestricto a la vieja política expansiva soviética. De cualquier forma nadie podría hablar de ello: en Cuba, en Washington, en Pekín o en Moscú el disenso está prohibido aunque sus gobiernos enfrentan fuerzas diferentes y sus métodos de censura, por ello, difieren. Se sataniza a Al Jazeera o CNN, al régimen antidemocrático de Irán o a la arrogancia estadounidense y el proceso parece desarrollarse bajo un sino irónico: el enemigo de mañana será algún viejo amigo.

Pero no es necesario citar solo ejemplos políticos de este comportamiento desconcertante; los casos personales son los más abundantes. Está el Sacerdote que acaba de oficiar misa y abusa de un menor de edad en algún rincón del mundo y el Cardenal que ignorará el hecho para no afectar la imagen institucional de la Iglesia; está el político que se robó el presupuesto de algún hospital y se consuela pensando que no es el único que lo hace, que aunque dejara de hacerlo alguien ocuparía su lugar; está el que censura todas las conductas impropias del mundo exterior pero se sabe, en secreto, culpable de al menos una de ellas y goza con la imposibilidad de los demás para demostrársela. Truman Capote resumió todo esto en Plegarias Atendidas cuándo uno de sus personajes se pregunta el juez británico bajo su exquisita peluca, ¿en qué piensa cuando envía a un hombre a la horca? ¿En la justicia, en la eternidad y en cosas serias? ¿O acaso se pregunta cómo se las podrá arreglar para que lo elijan miembro del Jockey Club?

A semejantes incongruencias se les llama socialmente hipocresía y su origen se haya en la existencia de una idea de justicia bastante afianzada: la falacia de que las cosas deben funcionar de determinada forma en su orden natural.

Sin embargo, uno ve todas esas escenas y no puede evitar preguntarse dónde está la justicia; uno nota que los hombres pueden ir de un error a otro sin inquietarse por ello y cada uno encuentra justificaciones para todo su obrar. La desigualdad se proyecta impunemente en la vida personal, en la política de los países, en el reino animal, en todo el sistema internacional. El desequilibrio rige. Para corregirlo, los hombres inventaron el Derecho.

Cabe preguntarse ahora de qué tamaño fue la ingenuidad humana al imaginar que era posible acceder a un concepto absoluto de equilibrio. Es un tradicional error del derecho creer que su funcionamiento está sujeto a una regla eterna que existe y que debe ser descubierta: la justicia. El derecho cree que la ley es un reflejo de lo justo y que lo justo es el reflejo del orden universal. Pero el mismo derecho varía de acuerdo a la sociedad en la que existe, moviéndose cada segundo, imperceptiblemente, hacia nuevos conceptos de justicia. ¿Se puede creer en algo absoluto que cambia a cada instante?

Por eso ya no creo que el mundo se desarrolle bajo la idea de igualdad sino la de oportunidad; tal como lo dijo ese gran estadista que fue el Cardenal Richelieu, en cuestiones de Estado, quien tiene la fuerza a menudo tiene el derecho. Yo sólo me atrevería a agregar que en nuestro planeta de ángeles expulsados del paraíso, ya sea hablando de política o de vidas privadas, derecho, fuerza y justicia son conceptos idénticos.

martes, 4 de septiembre de 2007

De la Fama y los pirómanos


La historia relata que en el siglo I antes de Cristo el griego Eróstrato incendió el templo de Artemisa en Efeso para asegurarse de que su nombre permaneciera en la memoria de los historiadores por los siglos de los siglos. La historia cuenta también que, al escuchar el motivo que lo llevó a destruir una de las siete maravillas de la antigüedad, los jueces de Efeso prohibieron bajo pena de muerte que el nombre de Eróstrato fuese registrado para la posteridad. Al parecer fracasaron.
En la época de aquél griego nacido en Jonia los ídolos de la humanidad eran los Dioses que gobernaban el mundo y su larga corte de subalternos; sus representaciones se confundían con ellos: los ídolos eran estatuas mudas, gigantes y frías que miraban indiferentes el mundo alrededor sin levantarse de sus sillones de mármol. Aquél pobre griego habría tenido que ser un Dios, como Poseidón, como Afrodita, para robar un poco de fama eterna; solo que él no tenía los dones necesarios para merecer ese honor.
Desconozco qué tratamiento recibió ese célebre pirómano de sus contemporáneos, pero su caso demuestra la existencia, desde aquélla época, de un conflicto interno latente entre el individuo asfixiado por su entorno social y su deseo de sobresalir en el rebaño: la conciencia de intrascendencia, en suma.
De haber nacido en el siglo XXI Eróstrato podría haber sido famoso sin necesidad de delinquir y quizá los hombres de hoy aún podríamos ver las ruinas del templo de Artemisa (y digo ruinas porque asumo que en tres mil años todo tipo de ejércitos lo habrían saqueado). Habría podido ser un Pop Star, un american Idol , habría hallado inspiración en un centenar de personajes que demuestran que ese afán por ser conocido en todo el orbe perdura; Paris Hilton, por ejemplo, tiene asegurado su lugar en las revistas de actualidad aunque llevo años tratando de averiguar qué es exactamente lo que hace. Y Victoria Beckham, conocida por hacer gesticulaciones faciales que recuerdan las de Dereck Zoolander, ¿algún día superará eso de ser una ex-Spice Girl?; de cualquier forma ¿alguien la vio alguna vez cantando en un video? Si es así pediré, como la gran Laura Bozzo ¡Que muestren el video!
Por fortuna para ellas y todos esos seres de oficio desconocido los investigadores del Jet set inventaron el término Socialité, forma elegante de designar al grupo de arribistas y buenos para nada sin tener que avergonzarlos al recurrir a expresiones tan vulgares. Gracias a esa palabra, cuando no se sabe a qué se dedica una mujer famosa, elegante y buena vida, los periodistas suelen resolver el problema clasificándola dentro de aquélla categoría indefinida. ¿Cómo clasifican a Antonio de la Rúa o a Kevin Federline?
Pero aquél no es el único grupo de los seguidores de Eróstrato. Están también los que se hacen célebres por ganar un reality, como Mónica, la olvidada ganadora del Big Brother colombiano o Chantelle, la invención británica del mismo programa quien, por fortuna, no grabó su primer sencillo nunca. Sin embargo, independientemente del país en el que estén, las características de su celebridad parecen seguir una regla universal: su fama sirve para entretención del público general y después de sus 15 minutos asignados empiezan a ser patéticos.
Los Modelos por su parte constituyen uno de los especimenes más interesantes de estudio; habría que analizar detenidamente la idea de cómo uno se vuelve famoso por caminar, ponerse un vestido y lucirlo ante mil personas, algo que la mayoría de los seres humanos hacemos diariamente. Cabría aún pensar que la mayoría no es famosa porque no se dedica a eso, pero ¿bajo qué leyes se desarrolla la ciencia de desfilar?, ¿podría alguien llegar a ser famoso por su manera de comer? Puedo imaginar el día en el que ese alguien lleve la cuchara a su boca derrochando estilo mientras un ejército de fotógrafos y una multitud delirante lo miren y aplaudan por la exquisita forma en la que la lasaña toca su lengua; recorrería las capitales del mundo y los cocineros de los mejores hoteles rogarían para que comiera sus más audaces inventos: arepa rellena con caviar, hamburguesa con papas fritas y Champagne bebida con pitillo; las posibilidades son infinitas.
Están también los primos hermanos de los modelos: los actores. En su caso se parte de la premisa de que la fama es directamente proporcional a su aspecto físico y éste se encuentra en relación inversa a su talento; son famosos por ser bellos. Los aprendices de actuación deben, sin embargo, tener en cuenta que el firmamento de las grandes estrellas está poblado por personajes que, los dioses sabrán cómo, no tienen ni belleza excepcional ni talento sobrecogedor; Keanu Reeves con la cara levemente marcada por cicatrices de acné y Sandra Bullock, cuarentona con una máscara de varios centímetros de maquillaje para disimular su rostro aburrido y fastidiado, son ejemplos vivientes de ello. ¿Y entonces qué? ¿Cuál es el secreto?
Bonito mundo el del siglo XXI; los Ídolos son los mismos que los del siglo I A.C: ni hablan, ni piensan, ni tienen nada que hacer. Es lo que llaman evolución. ¡Y el pobre Eróstrato tuvo que quemar un templo! Al menos yo pienso en él más que en Paris o Victoria.

Borges Forever

“Vi al Dios sin rostro que hay detrás de los Dioses.”
El Aleph
Jorge Luis Borges

Borges tenía una habilidad excepcional para ir convirtiendo la narración, poco a poco, en un laberinto que envuelve sin hacerse notar y que lleva, casi invariablemente, a una salida inesperada. Así lo hizo en aquélla historia llamada El Inmortal en la que un troglodita que cumple un papel deliberadamente simple en la narración, resulta ser el legendario Homero, autor de la Odisea; lo hizo en aquélla de Abenjacán el Bojarí en la que la solución al misterio resulta tan sencilla y compleja a la vez que parece ridícula. (No supera, sin embargo, a los misterios de Allan Poe, al cual menciona en el mismo cuento).
Su proclamado desinterés en la política parece no haber convencido a ninguno de sus contemporáneos y hoy parece más convincente la figura de un Borges de derecha que la del hombre anárquico que trataron de mostrar María Kodama y sus allegados. A esa equivocación en la elección de su tendencia política atribuyen también su estéril y eterna nominación al Nóbel, a la cual él mismo se refirió sarcásticamente alguna vez como esa antigua tradición escandinava de mencionar su nombre como candidato todos los años, para luego darle el premio a otro.
De cualquier forma, cuando se trata de Borges la política es solo un juego y el Nóbel resulta tan vano como un Oscar. Lo que perdura de él son los laberintos y las citas sublimes, el vasto conocimiento universal y las palabras de un hombre que escribió, Cuando se acerca el fin ya no quedan imágenes del recuerdo, solo quedan palabras, palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros… Las palabras de Borges.

domingo, 26 de agosto de 2007

Las Palabras

Me gusta repetir las palabras hasta gastarlas